De la materialidad cruda a la realidad significada. A propósito de los discursos sobre democracia y violencia.

Desalojo Liceo de Aplicación.

Las redes sociales ardían ayer ante la manifestación multitudinaria de los estudiantes. Muchos estaban preocupados por la violencia con la que amanecía Santiago. Barricadas y enfrentamientos contra la policía y lo que simboliza, llenaban los noticieros y la sensación de estar ad portas del caos, vació los colegios particulares y otros, ante el temor de los ciudadanos a que dicho desborde tocara a los suyos.

Y es que los medios dedicaron largos minutos y horas a cubrir estos fenómenos, tildados como noticiosos, colaborando a la construcción de un clima de enfrentamiento y crisis. Sabemos de sobra que los medios participan del poder de la construcción de nuestra realidad, poder simbólico diría Bourdieu, que no se siente y que naturaliza el mundo en el que  vivimos. Como si la protesta y el conflicto fueran esencialmente nocivos a una democracia.

Nos encontramos entonces frente a una disyuntiva importante. Sabemos que los medios participan de la construcción de la realidad social, de acuerdo a los lineamientos de aquellos grupos sociales que intentan, legitimanente por cierto, hacer que sea su visión del mundo la que compartamos todos, y sobre ella erigen los valores sociales a defender. En simple, es lo que Gramsci planteó hace buen rato, como la construcción de la hegemonía. Sin embargo, mucha gente cree (y en eso se puede visibilizar la hegemonía) que ese mundo es el único que existe y naturalizan la realidad sin cuestionar la otra posibilidad, la de cuestionar los conceptos sobre los cuales se ancla la construcción de nuestra experiencia. En otras palabras, cómo hacemos los sujetos para que se articule la experiencia cruda con la significada. (El famoso paso del Erfahrung a la Erlebnis).

De ahí nace la disyuntiva: Materialidad cruda a realidad significada. ¿Qué quiero decir? Que se hace urgente y necesario disputar por ejemplo la significación hegemónica de la democracia. Hoy nos decía el Ministro del Interior, Andrés Chadwick, que los desalojos se realizaron para garantizar el acto electoral del domingo, necesario y fundante de la democracia. ¡Qué reducción! La democracia es para mi, y para muchos, algo más que ir a votar. Implica participación, movilización, conflicto y consenso. Es decir, lo que se nos está tratando de inocular es que vivimos en democracia porque podemos votar.

 Siempre he creído en la democracia, pero no a secas, es decir, no en una democracia esencial que se ha mantenido incólume en el tiempo, sino en una democracia que se va llenando de sentidos experienciales y desde allí redefine los horizontes de expectativas. Si en el año 88, la gran mayoría de los chilenos votó para decirle a Pinochet que no querían su continuidad en el poder y que querían restituir el acto electoral como base para una democracia futura, a través del plebiscito, hoy aquello no basta.  Hoy se demanda más participación y se ha perdido el miedo al conflicto social.

La generación de los 60, de los 70 y hasta de los 80 fueron cruzados fuertemente por la experiencia del fin de la UP, el Golpe de Estado y la dictadura. Esa experiencia significada contribuyó, en parte, a deslindar democracia de democratización y con ello, a vaciar de contenido social el propio sentido de la primera, dejándola en un acto electoral y en el adecuado funcionamiento de las instituciones.

La deslegitimidad que hoy tienen las instituciones, develadas como históricas y por tanto, heredadas por la dictadura, nos lleva a correr los marcos de horizontes posibles, en base a la experiencia construida por la transición pactada.

 Ayer, hubo barricadas, hubo piedrazos, hubo enfrentamiento. Eso es parte de la violencia social. A secas, es pura rebeldía, es marginalidad. Significada, puede volverse violencia política.  A secas, es violencia sin sentido. Significada es parte de la lucha por la conquista de derechos.

 Los invito a cuestionarse esto. Hoy incluso hemos puesto en el tapete de la discusión, que aquello que antes no era parte de la experiencia de la violencia, hoy sea constitutivo de la misma. Leí en varios lugares ayer, que el capitalismo nos violentaba, que los medios de comunicación lo hacían y las transnacionales, y un largo etcétera.

  ¿No les molesta que los medios insistan en preguntar si los capuchas son o no estudiantes? ¿No puede ser un capucha estudiante? ¿De dónde vienen estos sujetos tildados como terroristas o antisociales? La criminalización de la protesta, invisibiliza sus orígenes, así como también sus componentes. Dejar fuera al otro, colabora a no respetarlo.

 Sin justificar a los capuchas o cabeza de polera, sé bien que forman parte del movimiento social del cual también participo. Desde mi época universitaria que compartí espacios con ellos. Eran mis compañeros de aula y hoy son mis estudiantes. Tienen una visión distinta de la realidad. Comparten una experiencia, en muchos casos de resentimiento y marginalidad, en otros no, coinciden en una visión ideológica común, donde la violencia es para ellos una parte de lo que entienden por política. Detestan el Estado y lo que lo simboliza, plantean que hay que destruir violentamente todos aquellos componentes de la sociedad capitalista. Por eso atacan la propiedad privada, por eso atacan a los pacos, por eso cortan el tránsito. Para ellos eso es parte de la política.

 No comparto su visión, pero entiendo que la criminalización es una estrategia de ciertos sectores que ven ellos el mejor ejemplo de que los movimientos  sociales pueden demandar y protestar, pero que con ellos no se puede gobernar.

 En fin, mi objetivo de hoy no es nada más que invitarlos a pensar sobre esto. Mi condición de género, mi clase, mi etnia, son todos componentes analíticos que son claves en la develación de cómo construimos nuestra experiencia. Ser sujeto implica precisamente reflexionar sobre esto.

 Disculpen lo latera, pero estoy atragantada de tanta mugre y criminalización.

Cristina Moyano Barahona.

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